Yoga Sin Fronteras nació en Tanzania cuando Meritxell, fundadora del proyecto, decidió dar una clase de yoga a los niños de un orfanato en el que colaboraba. La clase les encantó y al día siguiente le pidieron más. Desde entonces, cada vez que puede, imparte clases de yoga gratuitas a colectivos vulnerables. Lo ha hecho en centros de mujeres maltratadas, en campos de refugiados en Palestina, en residencias de la tercera edad y en centros de personas con adicciones. De momento, este proyecto que empezó de forma improvisada, ha sembrado alguna semilla y ha conseguido mejorar el día de algunas personas. Ahora queremos que estas semillas florezcan y que el yoga pueda mejorar también sus vidas. Nos hemos propuesto dar clases con regularidad y ofrecer esta herramienta a las personas que más la necesitan. Creemos firmemente que prestándoles atención y respirando juntas podemos llegar a cambiar sus vidas. ¿Nos ayudas?