Adaptar una clase de yoga no significa hacerla “más fácil” ni tratar a las personas como si no pudieran. Significa reconocer las capacidades reales de cada persona y ofrecer opciones que fomenten su autonomía, sin caer en el capacitismo ni en la sobreprotección.
Infantilizar a alguien en una clase —hablarle con diminutivos, darle instrucciones como si fuera una niña o evitar que tome decisiones sobre su cuerpo— puede tener efectos negativos: disminuye la autoestima, refuerza la dependencia y transmite la idea de que no es capaz.
Adaptar una clase bien es crear un espacio de respeto, confianza y agencia. Y eso empieza por cómo miramos a las personas que vienen a practicar.

¿Qué es el capacitismo y cómo se cuela en nuestras clases?
El capacitismo es una forma de discriminación que valora ciertos cuerpos, habilidades o formas de moverse por encima de otras.
En el yoga, esto se manifiesta cuando:
Asumimos que una persona con movilidad reducida quiere (o necesita) “mejorar”.
Felicitamos a quien “supera sus límites” sin preguntarnos si esa práctica era sostenible.
Damos por hecho que adaptar es sinónimo de simplificar.
Usamos un tono condescendiente o excesivamente protector.
Adaptar una clase no es proteger. Es acompañar con dignidad.
Claves para adaptar una clase de yoga sin caer en la sobreprotección
1. Observa sin asumir
No des por hecho lo que una persona puede o no puede hacer. Pregunta, escucha y observa.
Una buena adaptación nace del vínculo, no de la suposición.
✅ Pregunta: “¿Quieres que te proponga una variante?”, en vez de asumir que la necesita.
2. Ofrece opciones, no soluciones
En lugar de marcar lo que “debe” hacer, ofrece diferentes caminos posibles y deja que la persona elija.
Esto refuerza su autonomía y evita la infantilización.
✅ Ejemplo: “Puedes hacer esta postura en el suelo, en silla o simplemente respirar aquí. Tú decides lo que te viene mejor hoy.”
3. Cuida el lenguaje
Evita los diminutivos, las expresiones tipo “muy bien” como si fueras una maestra de primaria o un tono excesivamente suave que no usarías con otras personas.
Habla desde el respeto, no desde la lástima.
❌ “¡Qué valiente eres por venir a clase!”
✅ “Qué bueno tenerte hoy. ¿Cómo te sientes?”
4. No adaptes por defecto, adapta con sentido
No todas las personas necesitan una práctica adaptada, incluso si tienen una diversidad funcional, movilidad reducida o están atravesando un proceso de enfermedad.
Adapta cuando la persona lo solicita o cuando tú observes que puede mejorar su experiencia, no por cumplir con una idea preconcebida de “inclusividad”.
5. Permite que la persona sea parte del diseño de su práctica
Puedes incluir pausas para preguntar:
“¿Cómo va esta postura para ti?”
“¿Te gustaría probar otra variante o prefieres quedarte ahí?”
Esta participación no solo empodera, sino que fortalece la confianza mutua.

¿Y si la persona necesita más soporte?
Acompañar a personas en situaciones de vulnerabilidad no implica tratarlas como frágiles, sino dar espacio a su resiliencia. Adaptar con respeto es ofrecer soporte físico, emocional y contextual sin quitarles el poder de decisión.
El yoga inclusivo no se trata solo de tener bloques, sillas o cinturones, sino de mirar a las personas como sujetos activos, no como receptores pasivos de ayuda.
¿Qué consecuencias tiene adaptar mal?
Cuando una clase se adapta desde la lástima, el miedo o el paternalismo, puede tener efectos contraproducentes:
❌ La persona se siente “menos capaz”.
❌ Se refuerzan estereotipos sobre la discapacidad o la vejez.
❌ Se pierde la posibilidad de un vínculo horizontal y auténtico.
El yoga puede ser una herramienta de empoderamiento o una fuente de exclusión. Depende de cómo lo enseñamos. Y sobre todo, de cómo miramos a las personas que lo practican.
Adaptar una clase de yoga sin infantilizar ni sobreproteger es un acto profundo de respeto. Significa confiar en el otro, escuchar sin juicio y acompañar desde la igualdad.
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